lunes, 12 de marzo de 2012

Picanenando en Lirquén


Uno de mis paseos culinarios favoritos de fin de semana es el Barrio Chino de Lirquén. No sé porqué se llama así: no hay chinos.
Estas dos picadas están una frente a la otra, en el callejón que está junto a la plaza. Llegar allá ya es toda una experiencia. Primero está el tema de caerle bien al flaco que estaciona los autos (encima de la propia plaza, ni más ni menos), porque de lo contrario resígnate a estacionarte a tres cuadras. Los flacos son los amos y señores de la cuadra! Ahora, si vas en micro, la cosa es mucho más simple.
Lo segundo es atravesar una corta calle desbordante de puestitos donde venden de todo: machas, piures, ulte, jaibas, “fresquitas”, para llevar y para comer ahí mismo en forma de mariscales con sopaipa o la buena empanada frita. Me encanta mirar y oler los puestos, exuberantes de colores, olores y toda clase de pintorescas costumbres. No puedo decir nada del sabor, nunca he probado nada, reconozco mi recelo por la higiene. Pero aprecio el aporte ornamental. Acompañan los puestitos otros tantos de películas y juegos piratas, la misma gente del sector que conversa en la puerta de su casa, la cabrería que corre y juega y unos perros y gatos tan, pero tan vagos, que te rompen el alma.
Llegamos a los dos lugares. El chino la izquierda (Hanyin San, no he visto a ningún asiático, por siacaso) fue el primero que conocí. Como es más chico muchas veces está lleno y hay que esperar mesa. Los que atienden son siempre los mismos. La atención es correcta. No se desviven ni te meten conversa, pero tampoco te hacen esperar. Si no hay lugar, te dicen altiro. Pidan inmediatamente unas cuantas docenas de empanadas y el vino de la casa (de Quillón, su buen pipeño dulzón y embriagador, así que cuidado con las cantidades de este último). Enteramente recomendables y lejos lo mejor que tiene el local. El resto de la comida, bien, pero a mi gusto es mejor llenarse con las empanadas. Ricas, buen marisco, consistentes, crujientes, fresquitas, y a muy buen precio.
Ahora, si te vas para la derecha, en el Restaurant Monza siempre es más probable encontrar lugar, porque es más grande, aunque a mi gusto no tan bonito. Las meseras son extremas: o muy buenas o muy malas. No te sorprendas si se toman media hora para pedirte el pedido o menos de un minuto. Es cuestión de suerte. Por un tema de luz, espacio y vistas, prefiero el 2° piso, más acogedor.
Aquí l tema empanada te lo puedes saltar, sin ser malas no son nada notables. Mejor te vas de lleno a la carta. En mi experiencia, el caldillo de piures trae muy pocos piures, más cebolla y algunas papas. Medio aguachento lo encontré. Pero las machas a la parmesana me dicen que son otra cosa. Puedo decir que el plato es contundente, lo mismo las papas fritas (caseras, no de bolsa) y las tortillas, deliciosas. Puede que te toque suerte y llegue algún lanudo a ofrecer entretenimiento musical. Al menos el que tocó cuando yo fui, lo hizo de maravillas, y hace del comer en Lirquén toda una experiencia.
Ambas picadas te dan la opción de bebidas de litro, harto más baratas, vale la pena. Los precios son mucho más razonables que en otros sectores, como por ejemplo Lenga, en parte porque mantienen todavía ese aire de “picada”, que lo da también el barrio en que están metidos. Las porciones son moderadas, para una persona. La experiencia de cualquiera de los dos lugares me parece recomendable, por todo lo que constituye el paseo en si mismo. Y al regresar, te puedes llevar una tortilla (las de la calle son más baratas) o pasar a la plaza donde hay unos señores con carritos, y comerte unas palomitas gigantes sabrosas, recién hechas, calientitas y llenas de caramelo por 500 pesos. Y muuuucho más ricas que las del cine. ¿Qué mejor?

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